No pasa nada, no pasa nada. Pues sí pasa, sí pasa

DURANTE los primeros meses del año he escuchado a destacados dirigentes del PP reiterar la misma cantinela: «No pasa nada, no pasa nada». El desprecio por la «tempestad en el vaso de agua» de Luis Bárcenas era completo. Todos los pepepijos, o casi todos, compartían la política capona de Pedro Arriola: no ver nada, no oír nada, no decir nada, dar tiempo al tiempo que lo arregla todo. La verdad es que, en alguna ocasión, la fórmula arriólica funciona, amén de armonizarse muy bien con la tendencia natural de Rajoy, al que le entusiasma hacer lo menos posible. Pero, en líneas generales, es un error.

El periodismo le ha ganado la partida a la política calcinada. Además del objetivo esencial de la información –los periodistas administramos un derecho fundamental de la ciudadanía– nuestra profesión tiene una segunda función: el ejercicio del contrapoder, elogiando al poder cuando el poder acierta, criticando al poder cuando el poder se equivoca, denunciando al poder cuando el poder abusa. Pedro J. Ramírez ha desvelado, en gran exclusiva al conversar cuatro horas con Bárcenas, el presunto abuso de poder en Génova para envidia de algunos colegas y devastación general del Partido Popular.

No pasa nada, no pasa nada… Pues sí pasa, sí pasa. A los dirigentes del PP no les queda otro remedio, si no quieren acentuar la hemorragia de los votos perdidos, que hacer frente a la situación creada. Empezando por Mariano Rajoy. Desde la cárcel, Luis Bárcenas ha basureado al presidente del Gobierno, con razón o sin ella, con mentiras o con verdades. Rajoy está obligado a recoger el guante y responder al desafío. Antes o después. Porque el arriólico «aquí no pasa nada» no se tiene en pie. España entera es un clamor empapelado por Bárcenas. No hay discusión en los bares, no hay intercambio de opinión en las oficinas, no hay tertulia en la radio o la televisión, en la que los papeles del extesorero no arrasen a los otros temas de interés, desbancando incluso a las hazañas de Márquez, a los vaivenes de la próxima Liga, a la zozobra de un Barsa desconcertado por el cáncer de Tito Vilanova, incluso a la desolación del paro y de la crisis económica. Sí pasa, sí pasa. La opinión pública quiere que Rajoy barra, si puede, la basura acumulada en el estercolero del Partido Popular.

Y no por el deseo de calcinar en la hoguera a los sobrecogedores y a los que instrumentaron la presunta financiación irregular del partido. Hay conciencia clara en sectores muy amplios del pueblo español de que sería suicida el derrumbamiento de la situación actual. Unas elecciones generales inmediatas sancionarían la victoria insuficiente del Partido Popular. Y como el PSOE continúa descoyuntado, nos encontraríamos con un Gobierno de Frente Popular ampliado, en el que el Partido Comunista, el ala radical del PSOE, ERC y BNG dictarían el futuro de España. La fórmula produce a muchos escalofríos. Por eso es necesario abdicar del aquí no pasa nada y que Rajoy salga de la madriguera monclovita para dar la cara de una vez ante la soberanía popular, que en elecciones libres le encomendó la gobernación del país.

El presidente, arrellanado en la silla curul de Moncloa, ha tenido tiempo para reflexionar sobre los errores cometidos. Al estallar la escandalera Bárcenas debió saltar sobre el albero del ruedo ibérico, hacer frente a los arreones del toro cubeto del extesorero y estoquearlo en todo lo alto y entre las agujas. Parece evidente que el buen sentido exigía a Mariano Rajoy zafarse del silencio y la inmovilidad de Don Tancredo y esquivar el aquí no pasa nada para evitar que pasase lo que ha pasado.

Luis María Anson es miembro de la Real Academia Española.